Realmente existen pocos lugares en los que poder refugiarse. Puedes resguardarte del frío en una pequeña cueva horadada en la roca, acurrucar tus rodillas junto a tu pecho, quedarte cerca de la luz de la noche con miedo a inspeccionar qué hay más allá de la barrera de la oscuridad, sentir el frío en la nuca, y ver tu aliento desvanecerse con cada respiración entre los rugidos del viento y los árboles.
También está la opción de apagar el mundo bajo una manta. Atravesar el pasillo con fuertes, sonoras e hirientes pisadas que lloran cada cual más fuerte que la anterior, cruzar el umbral de tu habitación y olvidarte del mundo con un sonoro portazo. Secar tus lágrimas en la soledad del calor y la oscuridad de nuestro corazón que sin saber cómo se ha apoderado de todo lo que nos rodea.
Te puedes refugiar en las palabras. Se cruzan y entrelazan unas con otras y crean el perfecto escondite en el que dar la espalda al mundo que te ha defraudado, un escondite que no sabe de límites de tiempo y lugar, que juega con la imaginación a no encontrar el fin. Un refugio que se convierte en prisión de la que resulta difícil salir, ya que nadie quiere abandonar un lugar en el que tus deseos se hacen realidad en la piel de los demás
Hallarás cobijo igualmente en la Luna. Ella nos mira continuamente y su mirada no sabe de envidias, rencores ni odio, su luz es el brillo que le falta a nuestro corazón y su manto de estrellas es el calor que le han robado a nuestra piel. Y nosotros sólo podemos querer hacerla más y más grande hasta que sea su rostro lo único que nos importe, y es que su presencia cada noche nos hace creer de nuevo que todo es posible.
¿Dónde nos escondemos cuando el mundo se desmorona a nuestro alrededor? Podemos correr a refugiarnos en nuestra cueva preferida y no hacer caso de la ventisca que crece fuera, podemos recordar viejos tiempos encerrándonos bajo una manta, podemos acudir a los libros y la poesía, o podemos asomarnos al balcón y contarle nuestros problemas a la Luna.
Pero... en la cueva la oscuridad puede llegar a sobrecogernos y lo que hay en el fondo de ella puede salir para hacernos añorar nuestros pequeños problemas y querer escapar de ese lugar en el que miramos al terror directamente a los ojos. El calor que nos proporciona nuestra manta se apaga con el tiempo, cuando nuestro cuerpo se adapta a su compañía volvemos a sentir el frío y la fuerza de los knocks knocks de la puerta nos hace temer su derribo. Las historias de los libros no nos pertenecen, ni nos pertenecerán nunca, pues son de aquellos que las crearon, son sus sentimientos, sus vidas, y su compañía se apaga en la última página, cuando cerramos su poder y volvemos a recordar nuestros problemas. Y la Luna... no brilla todas las noches, cuando no crece, mengua, y tras refulgir en todo su esplendor nos recuerda con una ladeada sonrisa que se va apagar aunque nosotros sigamos allí.
Las cuevas son demasiado profundas, las puertas pueden derribarse, los libros se pueden quemar, y la Luna se puede hacer Nueva para nosotros.
No nos queda adonde ir y el mundo sigue desmoronándose.
Es entonces cuando soñamos. Un libro en la habitación del fondo de una cueva iluminada por la Luna, el poder infinito, el fuego que Prometeo robó para nosotros. Los sueños. El lugar al que acudir cuando nuestro derredor se cae por su propio peso, el escondite que no conoce límites, fronteras, horizontes, anocheceres o tormentas. El mundo que nos permite crear tantos mundos como deseemos aunque se desmoronen una y otra vez. Los sueños son la receta que nos permite vivir tan realmente que, abrumados por su poder, nos hacen llorar, sonreir, imaginar, desear...
Pero aún así... despertamos, porque los sueños, sueños son.
De la cueva volvíamos con las manos vacías, la puerta de nuestro cuarto la abríamos con la cabeza gacha, el libro se quedaba en el estante y nos destrozaba el corazón, y de la Luna regresábamos más oscuros de lo que nos fuimos.
Más de los sueños regresamos con una estrella bajo el brazo. Con un deseo, con un fin, con un objetivo, con una ilusión... El hombre no es hombre sin soñar, ya que sin sueños no hay quien nos haga avanzar. La estrella que traemos no es más que un simple papel, con una pequeña inscripción capaz de hacernos afrontar el mundo que se desmorona:
Haz de tus sueños realidades, y haz de tu realidad algo digno del mejor de tus sueños